Después de la lluvia

El día era gris, como su vida. Aquellos momentos pasados de felicidad, parecían nunca haber ocurrido o eran un vago recuerdo, como un sueño o una fantasía que quizá tuvo. El paso lento, las leves sombras que se dibujan y acompañan la intermitente llovizna y el constante viento, el tiempo y los días.
La continuación de baldosas que componen una vereda, marcaban su camino. Intentaba, inútilmente, cubrir sus ojos con su cabeza, bajándola levemente. Estaba condenado a mirar el suelo de manera forzada, aunque no diferenciaba nada del monótono objeto. Lo triste contagia el entorno cuando los deseos son inalcanzables y lo único que se tiene es un rotundo y permanente, casi infinito, no.
Otra cosa, más allá de aquello que queremos decir en los momentos inapropiados, es la declaración. El medio no importa, el mensaje lo es todo. De ambos lados. Una que otra piedrita se atravesaba en su camino y eran desplazadas por un puntapié, no muy fuerte. Poca era la gente con la que se cruzo y aún menor el número de aquellos a los que miró a los ojos.
Tonto es odiar al mundo por algo que no es culpa más que de una sola persona, generalmente del que odia al mundo. Sus pisadas se mantenían de manera constante y su mente viajaba por vagas ideas que mezclaban las afirmaciones de una vieja canción sobre amores truncos y los consejos de su buen amigo Sebastián. Los preceptos de aquel profeta que un día vaticino su final, también era recordado por momentos.
Es difícil, claro está, asegurar porqué miró hacia aquel sitio, el centro mismo del camino que transitaba y no reparo en la pared, o la calle, algún auto o algún camión. Una flor, de anaranjado color, estética admirable y depurada forma descansaba, casi dormida, sobre la fría superficie que evitamos tocar gracias a nuestro calzado. El contraste con el entorno, ese día y con el vacio entre sus costillas resaltaron de manera singular un fenómeno que en otras circunstancias hubiese pasado inadvertido. La recogió con cuidado y la guardó en su bolsillo derecho.
Luego de respirar profundamente, casi para siempre, exhaló con suavidad y miró el nebuloso cielo. Una leve sonrisa se dibujo en aquel apenado rostro. La tempestad es más fuerte antes de que un don nos sea concedido, pensó.

1 Comments

  1. MauroSebastian 30 agosto, 2009 at 1:06 am

    Habla del destino, de lo que se pierde, del castigo que se recibe cuando se es rechazado. Habla de la vida, de la muerte, del término medio donde uno se siente muerto o sin vida. En algún punto habla de mí y de alguien más. Habla de los sueños, de perder las esperanzas y al fin comprender que cuando una puerta se cierra se abre una ventana. Una vida termina para que otra inicie. De la serpiente que se come su cola. Dice que cuando uno está solo y todo es gris puede aparecer una flor colorida en el camino que cambie todo.