La mente humana, puede compararse con una torre. Cada humano, posee su propia torre. Las hay altas y esbeltas, bajas y retaconas, las hay inclinadas…
A veces, sirven de faro para los demás, para los que bajan de su torre y buscan consejo en otra. En ocasiones sirven de trampas para los incautos, porque algunas torres, difíciles de alcanzar, son imposibles de abandonar.
Yo pensaba, que más difícil que llegar a la cima de la torre que me pertenece, era alcanzar el umbral de otra torre, pero nada tan apartado de la verdad.
Conozco un mundo, uno que no se puede ver, tocar, no se puede oír ni oler -aunque esto no le resta la posibilidad de existir-, donde una gran llanura tiene millones, quizá miles de millones, de torres. Todas diferentes, hechas de diferentes materiales o incluso de varias formas. Algunas tocan las nubes y otras son tan altas como una casa, pero todas hermosas por si mismas.
Muy escasas, pero no inexistentes, son las montañas. No rodean la llanura, ni se agrupan en cordones, sino que de vez en cuando, así de la nada, aparece una, justo donde segundos antes se encontraba una torre. Ésta queda posada en la cima de la misma. Puede que la montaña sea una extensión de la torre, una de sus partes, pero ignoro este punto. En cambio, conozco otras cosas que pueden, quizá, ayudarles a entender este mundo, diferente al que pisamos todos los días, pero que está siempre presente. Cuando se crea una montaña, las torres de los alrededores quedan posadas en esta y he notado cuatro fenómenos diferentes en este proceso. Algunas, parecen no advertir el cambio en el terreno y permanecen completamente iguales a como eran segundos antes, pero sospecho que es la que sucede en menos ocasiones, al contrario de lo que algunos aseguran. Otras se inclinan, puede que sea por la subida repentina, yo en cambio soy dueño de la teoría que sostiene que lo hacen para mejorar su iluminación. El tercer tipo, es posible que también por el fuerte movimiento, pierden altura, como si se compactaran. Por último, hay torres, que antes eran vecinas cercanas a la que corona la montaña-la mayoría solo son colinas, uso el termino montaña para que ustedes tengan una imagen como la que yo tengo cuando reflexiono sobre esto- se derrumban y sus trozos caen por la ladera. A veces al instante del efecto geológico, otras con el tiempo.
Otra cuestión digna de ser mencionada y que particularmente me causa mucha curiosidad, es el hecho de que ninguna torre, al momento de su construcción, se planifica inclinada y todas son concebidas de blanco, y es así cuando su dueño la habita por primera vez, aunque tengo la sospecha de que vive en ella desde antes del inicio de la obra. Sin embargo, en este mundo, que no se puede ver ni tocar, donde nada se oye ni se huele, las torres se tuercen y algunas, tanto antes como después de posarse en una montaña o aunque siempre descanse en el llano, llegan a ser más oscuras que una noche sin Luna.
Desde la parte más alta de mi torre, se puede ver a gran distancia. Me gusta posarme a meditar y reflexionar sobre muchas cuestiones, con el marco de mis vecinos como fondo. Tanto me he esforzado en hacer mi torre lo mas alta posible, no por vanidad ni codicia, ni por ambición u orgullo, sino para tener una mejor vista de las cosas que me rodean, para poder entender. Ahí, solo, concentrado en mis pensamientos, me pregunto: si me alcanza una montaña, ¿qué forma tomará mi torre?
*Publicado en la XXXVII antología «Argentina En Versos y Prosas»
1 Comments
El primer cuento que mande a un concurso, no es de lo mejor, es cierto, pero dice unas cuantas verdades. En ese momento mi estilo no estaba tan depurado.
Saludos