Aceptar*

Llevaba su traje negro y una corbata azul. Le costó bastante abrir la puerta pero no a causa de su picaporte, ni porque estuviera cerrada. Cada paso, cada inhalación, lo hacían estremecerse, eran descargas eléctricas a través de su cuerpo, el temblor se extendía de manera pausada pero constante. Lentamente se acerco a la habitación donde se encontraría con la imagen que temía. Se lamentaba, internamente, el haber aceptado ir. En su mente se presentaban infinidad de preguntas, pero estaba bien que él estuviera en ese sitio. Sin embargo no esperaba que fuera tan duro de afrontar.
Todos estaban reunidos, pero separados. Sucede seguido que las personas se agrupan por apellidos. No conocía a la mayoría, que apenas repararon en él. Se acerco a un grupito, luego a otro, hasta que vio a la Tía, la preferida. Le gustaba esa tía, a él le hubiera gustado tener una tía o un tío así. De esos que se desvelan por los sobrinos, los siguen a todas partes y están pendientes como si fuesen sus propios hijos, pero sin esa presión que tienen los padres de marcar el ejemplo, de orientar, por lo que pueden ser más amigos que figuras de autoridad. El abrazo fue eterno, ella estaba desecha en lágrimas, solo dos personas lloraban con más ganas, por lo menos de los que podían llorar. Le dijo algo al oído, entre gemidos, no entendió lo que dijo pero no quiso volver a preguntarle.
Luego de un rato la dejo sola y volvió a emprender su camino, ya estaba cerca. Vio a la madre, no podría esquivarla, y fue directo a ella. Dijo torpemente unas palabras y ella se lo agradeció. Permanecieron juntos un tiempo, no volvieron a articular palabras, pero intercambiaban miradas fugases y profundas, de esas que no dejan nada para decir.
Se levanto de improvisto, su objetivo estaba cubierto de roble bien lustrado. Por un momento dudo en mirar, pero sabía que era la única manera de aceptarlo. Lentamente, paso a paso, se posó frente al ataúd. Las palabras se esfumaron de su boca y su mente se puso en blanco. No daba crédito a lo que sus ojos le mostraban. Retrocedió unos pasos, atormentado, completamente anonadado. Era él. Él estaba adentro y afuera. Cerró los ojos y simplemente lloró.

*Publicado en el XXIII Certamen Internacional de Poesía y Narrativa Breve de la editorial Nuevo Ser
Publicare algunos cuentos y ensayos hasta el 29 de agosto, día en que se publica la antología con este cuento.

1 Comments

  1. MauroSebastian 4 agosto, 2009 at 12:43 am

    Este cuento es bastante particular, si lo leen cuéntenme las impresiones que les dio.

    Saludos