Hay al menos tres personas
que se ganaron el derecho
de no aparecer en mis dedicatorias.
Lo que no las exime
de entrar triunfalmente
o no tanto,
en algún que otro verso.
Quizá porque fueron
una parte importante de mi vida
y ahora viven en una línea,
junto a mis reflexiones.
Tal vez porque de todas
las palabras que les dedique,
sólo sobrevivieron aquellas
que con nostalgia recordaban
lo nuestro, lo perdido.
Sin embargo,
no resisto de vez en cuando
derramar un poco de tinta sobre el papel
y hablar de aquellos que no nombramos.
Pudo ser que nuestras diferencias
fueran demasiado grandes
y nuestras similitudes
sólo una tibia admiración mutua.
En otro caso,
ninguno de los dos estábamos
listos para el otro
y nunca lo estaremos.
En el último,
no hay nada que se pueda hacer
contra la agonía de saberse
no amado.
Esos tres nombres figuran entre mis tabúes
y nunca se verán nombrados en mis poemas.
Pero si me permito el atrevimiento
de dedicarles cada tanto alguna línea
como las anteriores
que me sirvan de advertencia
para no repetir mis errores.
Que aquellos que
damnificados se sientan,
sepan disculparme.