Como muchos han dicho,
los presagios son
una burla del destino,
que nos adelantan las calamidades,
un veneno en cuotas.
Reflejados en un mapa inesperado,
un tesoro enterrado,
una sonrisa pasajera
de alguna desconocida.
Una vez muerto Dios por nuestras manos,
algo debía rellenar el lugar
que antes ocupaba el sol en el horizonte.
Con esas condiciones
muchos hemos navegado
en el mar de las desesperanzas,
con instrumentos inútiles u obsoletos.
Otros desconocían
el uso de la brújula y el cuadrante
y simplemente se desplazaban
sin tener a quién rezarle.
El futuro estaba escrito en las constelaciones,
pero no esas que viven en el cielo,
sino sus poco conocidas hermanas menores,
formadas por los lunares de tu cuerpo.
¿Qué premio esperábamos
de una isla desconocida?
Aún no lo sabemos,
sin embargo seguimos sumergiéndonos en la aventura.
Con un poco de buena fortuna,
nuestro viaje puede acabar
en el gélido beso de una triste sirena.
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