El cielo se derrumba
pues los pilares que lo sostenían
han sido borrados con esponja.
El norte ya no existe
y es estúpido hablar
de fantasías y utopías.
Sin techo
el suelo se vuelve irreal,
imaginario
y caminar es desplazarse
sobre fango.
Ante tal entorno inanimado,
más allá del desgarrador paisaje
de las edificaciones que representan
lo que fuimos y ya no seremos,
no nos queda nada.
Pero todas las tormentas
han pasado después de sus desastres
y ningún dolor es eterno.
El caos destructor abre el camino
para la inesperada creación
de alternativas superadoras.
Entre los escombros crece intransigente
una flor que no sabe rendirse,
desgarrando los impedimentos
con sus tiernas espinas.
Esas dagas enseñan
que la derrota es
una opción,
no un destino.