Sentado en un banco

Todo poeta es,
al menos en apariencia,
un cronista de pequeñas cosas.
Como puede ser ese trébol
que perdió una hoja
en el día menos pensado.
O la imagen, tan desoladora,
del ave de fuego
que es único en su especie
y vivirá cientos de años.
O la brisa que recorre
de manera superficial
el verde césped
antes de estrellarse contra un árbol
para bambolear sus ramas y sacudir su vestimenta
para después seguir camino
y dejar sin pétalos a una vieja rosa,
tan lejos de su tiempo de gloria.
No conforme,
buscará alguna nuca descubierta
y provocará el erizamiento
de los vellos de esa persona.
¿Qué estará pensando
el hombre sentado en el banco?
Quizá en las sombras
que amenazan la calma de su vida
y que no es capaz de evitar.
Tal vez siente
una cruda sensación en el estómago
vacío de sentimientos
que lo empuja a la nostalgia
de esas antiguas soledades impenetrables.
Puede que no piense en nada,
mas no lo creo
porque en sus ojos
se nota su pesar.
Seguro está buscando
con qué llenar el horizonte
para así tener un lugar
al cual ir a refugiarse
de esa brisa que juega con su piel
y eriza sus cabellos.

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