Sus pies dibujan
líneas que se pierden
con los días
y a nadie le importa.
Se desgasta
como la roca acariciada
por el viento o la lluvia.
Se diluye
como mi alma
con tus palabras
de hierro y sal.
El sol se lleva
lo que le queda
y que tal vez nunca
fue suyo.
Esperará su mano
el abrazo del generoso,
o la limosna del avergonzado.
Pero de alguna manera,
todos estamos
en algún momento
con la palma apuntando el cielo.
¿Qué tesoro
queremos que caiga?