Se desmoronaba el suelo bajo mis pies
sin aviso alguno
y el sol, siempre distraído,
brillaba sin enterarse.
La caída inminente
parecía no tener final,
aunque una parte de mí
la consideraba merecida.
“Vivir por la espada
te lleva a morir por la espada”,
me susurré como un talismán.
También recordé la belleza
de lo que se pierde
o de lo que se va,
en una infructuoso intento de consolarme.
El frío comenzó a cortar mi piel,
la humedad en mis mejillas
se helaron como cierto corazón
que en algún momento fue mío.
Veo el final del camino
y la culminación de la caída,
en breve me despertaré.