El trébol
flamea en mi mano
mientras mis ojos
contemplan un horizonte
no tan lejano.
Pero uno de sus pétalos
es arrebatado por
el viento tórrido
que azota en el verano
de mi latitud.
Vuela y sube
mientras se escapa
de mi alcance mortal,
quedando solo dispuesto
a la fantasía.
Más de una tiniebla lo cubrirá
y tendrá el sol iluminando
otros de sus días.
Acabará en la tierra,
de la que viene,
y nunca tendrá conciencia
de que existí.
Aunque siempre será
esa hoja
que estaba en el trébol
y se perdió,
un momento antes
de llegar a la meta.
Pese a que la vida
nos regala muchos tréboles,
pocos merecen perdurar
en la memoria.