Me gusta creer
que la vida es como un barco,
en el que a veces somos capitanes
y mayoritariamente somos marineros,
o polizones.
Durante los días tranquilos,
con una suave briza de cola,
se puede apreciar el sol
en el horizonte
y uno puede llegar a creer
que es feliz,
o ser feliz.
Y todo se resuelve a eso,
el tierno discurrir del tiempo
a través de los dedos.
Pero muy pocas veces
las cosas son tan fáciles.
La bruma suele cubrir el mar,
que es demasiado inestable
como para tolerar la felicidad ajena.
Entonces llega la tormenta,
que nunca avisa.
La zozobra es implacable
y la amenaza del hundimiento vive presente.
Las ratas abandonan primero,
luego aquellos que sólo acompañan
en las primaveras o los veranos.
Buscarán nuevas naves,
nuevos mundos,
nuevos puertos sin problemas.
Pocos acompañarán hasta casi el final,
hasta que la fuerza los separe.
En la última tormenta,
seremos el capitán, por descarte.
Nos encerraremos en la sala del timón
para unirnos al barco en su lecho final.
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