El Maestro

Los dioses no juegan dados. Él la miraba en secreto, puesto que ella desconocía su existencia. No era difícil explicar la situación: no tenía nada para ofrecerle al mundo, tan sencillo como eso. Ella, en cambio, era el centro de admiración y adoración de decenas, quizá centenas de personas.

Un día decidió romper el silencio, avanzó con paso firme y sufrió la vergüenza de su vida. Es más, ella en ningún momento advirtió al joven color bordó que tenía a escasos metros. Por supuesto que eso no lo detuvo, pero lo obligo a buscar ayuda. En ese momento lo conocí.

Adrian era un tipo bueno, en el sentido amplio de la palabra. Conservador, poco aventurero, fiel amigo y de convicciones débiles, incapaz de sostener ninguna en el tiempo. No sé qué pensaría el de mí. Supongo que le debían molestar mis formas, mi carácter, o alguna otra cosa. Sin embargo me necesitaba, o necesitaba alguien que lo ayudase y yo era la mejor opción.

En ese momento me dedicaba exclusivamente a trabajos freelance, cosa que me daba mucha (demasiada, tal vez) libertad, pero varias veces me impedía llegar a fin de mes. Lo cierto es que tenía una pequeña consultora de imagen, que en un momento se volvió de servicios generales.

Un día, creo que el cielo estaba encapotado y parecía que caerían los mismos ángeles, entró este hombre totalmente destrozado. Yo lo miré a los ojos, sonreí levemente, así como al pasar y lo invité a sentarse. Me contó la situación y le expliqué que no era Cupido ni mucho menos. El rió un poco, como burlándose y pidió que le diera herramientas para ser más seguro. Le recomendé un amigo psicólogo, pero quería resultados rápidos.

Entendí que no aceptaría un no como respuesta y me dispuse a trabajar para transformar a ese ser informe en algo presentable, al menos. La estrategia a adoptar consistía en enseñarle lo básico para manejarse ante grandes multitudes, cuestión que una sola persona no lo intimidara. Lo instruí en poesía básica, no para que los usara en su conquista sino, más bien, para que su lenguaje fuera florido. Además, le explique temas básicos de charla y luego temas avanzados. También cómo interpretar las miradas y los gestos. Por último lo básico en vestimenta y buen gusto, para refinarlo un poco.

Este proceso duró algo así como cuatro largos meses, en los cuales me visitaba dos horas, tres veces por semana. Hasta que entró, un jueves me parece, desmoronado y desconsolado. Me conmovió un poco verlo así, al fin y al cabo su objetivo era mío para ese entonces. Me contó que había intentado el primer encuentro y el resultado fue ver un anillo de compromiso. No habíamos hecho inteligencia ni investigaciones, ambos fallamos en ese aspecto. Creo que en mi caso, me interesó tarde el asunto.

Trate de consolarlo como pude, le explique que la vida tiene ese tipo de vueltas inesperadas. Aunque, tenía que ser consciente, ella era virtualmente perfecta y tarde o temprano algún valiente se iba a animar a algo así y en este caso tenía novio desde hacía cinco años.

Hará cosa de seis meses lo cruce en la calle. Me dijo que utilizó mis enseñanzas y su vida cambió de manera considerable. Ahora tiene objetivos, deseos y sueños. Su círculo de influencia cambió y está de novio.

Lo vi marcharse esa tarde y se me mezclaron una serie de sensaciones. Por un lado el orgullo de haber ayudado a alguien que lo necesitaba, por más que no lo hiciera gratis. Por otro, la sensación de que quizá haya una puerta que espera por mí y yo no busco ni espero. Me aleje sin ganas, la ciudad y su viento no acompañan al caminante que necesita refugio. Conmigo iba la desazón de no saber qué veré mañana y la ilusión que eso trae consigo. “No hay casualidades” pensé, o dije.