El escorpión y la rana

“No seas tonta ¿No ves que si te pincho con mi aguijón,
te hundirás en el agua y que yo, como no sé nadar,
también me ahogaré?”
El escorpión a la rana, fábula atribuida a Esopo.

Está del otro lado de la puerta y sin embargo no sale. Tantas cosas por decir y no se anima a romper el silencio. No va a volver a tocar y lo sabe. Una frase la hace remontarse al pasado “para mí siempre serás hermosa”. No mentía, él aún sentía eso. Por eso golpeo, pero por última vez.
Ella apoyó la cabeza contra la madera. Intentó sentirla e imaginar las pisadas detrás, acompañadas de algún suspiro que no pudo escuchar, de alguna lágrima quizá. Las despedidas son siempre tristes y felices, como los finales. En realidad es el principio de algo distinto, todo es así. No hay que creer en Dios para saber que la energía nunca se pierde y que la muerte es tan sólo otra parte de ese ciclo. El amor también. Nunca se pierde, se pueden perder los enamorados que es una cosa totalmente distinta.
En un momento ella dudó, pues pensó que se equivocaba. Se arrepintió en un instante, soltó el picaporte y mantuvo la compostura. Había caído en esa falacia de creer en la posibilidad de elegir lo que se siente. Creía profundamente que hacía lo correcto, toda certeza lleva sistemáticamente al error. Él sabía que estaba equivocada, pero ya no podía seguir así.
El mundo los separó. Un mar de gente se puede interponer entre dos que se quisieron. Millones de lugares para esconderse. Nadie esperó nada. Nada esperaba a nadie. Él dio todo y fue feliz. Ella se arrepintió toda la vida, pero de cualquier manera se iba a arrepentir porque era parte de su naturaleza, al igual que el escorpión que pico a la rana que lo llevaba en la espalda y ambos murieron. No hay respuesta correcta cuando no se quieren respuestas.