En la vida real, al besar un sapo, no se puede esperar que suceda absolutamente nada. Por supuesto que la idea de que algo contrario ocurra es resultado de un cuento educativo que en la actualidad no tiene mucho valor. En el, una jovencita conocía a un sapo, se enamoraba y una vez besado el sapo volvía a su forma original, la de un príncipe. Claro que la versión original, con el fiel Enrique, era un tanto distinta, pero los cuentistas posteriores consideraron útiles otras alegorías, quizá previendo con tino el futuro. La idea es que la belleza está más allá de la forma física y que ser un sapo no impide que alguien se pueda enamorar de él. Claro está, que como toda metáfora no puede tomarse al pie de la letra mas sí como ejemplo o enseñanza.
Las décadas completaron siglos y en la actualidad el cuento no tiene sentido o razón de ser. En este tiempo pocas cosas importan más que la imagen o que la juventud y a su vez la capacidad de abstracción, que podría dar origen a un entendimiento de la enseñanza del relato, es cada vez menor. Muchos dirán entonces que el amor verdadero, el amor que renació en el S. XIX, ha vuelto a morir. Yo me quedo con una imagen de la realidad, que la niña, al besar el sapo no esperaba ningún cambio (porque no se puede esperar ninguno) sino, más bien, ya veía al príncipe desde antes de hacerlo.
Desengaño y de vuelta a engañar