Secar una Rosa

Puede que en algún momento sientas la necesidad de secar una rosa. No te culpo, suele pasar. A veces uno se enamora de una rosa e intenta, inútilmente, congelarla para siempre, sin cambios, como un eco que se graba y se repite, infinito. No. Son falsas fantasías. En cambio, sí se puede conservar parte de su belleza, el aura de esa belleza. Lo sé, pero nada es perfecto. Conozco algunas formas, métodos, que intentaré detallar a continuación.
Escribir un poema puede resultar. Hay, irremediablemente, dos cuestiones para considerar. La primera es que tarde o temprano, en general más temprano que tarde, el poema se volverá una elegía. La segunda es que uno nunca tiene más que un poema. No es poco, no digo eso, pero solo son caracteres abstractos en un papel que por la coordinación de un grupo de personas tienen sentido, para ese grupo de personas.
La segunda es mucho más pragmática. Uno toma la rosa en cuestión y la introduce dentro de un libro o utiliza hojas de diario viejo, el de ayer quizá, y agrega algo de peso uniforme encima. Un libro particularmente adecuado para estos fines es, con perdón de Dios, la Biblia.
Cabe la posibilidad de que ninguna de las opciones anteriores te conforme o satisfagan tu necesidad. No me sorprende. Existe otra forma, cruel y mundana. La vida de las rosas es corta, porque la belleza dura poco. A veces, los humanos lo comprendemos y nos transformamos en arrogantes queriendo salvar lo que va a desaparecer, puede así que mostremos nuestra verdadera naturaleza.
El tercer método es simple, pero hay que ser veloz. Fotografiamos la rosa con nuestros ojos; la sentimos con nuestras manos; le robamos el alma, la fragancia, lo importante, con la nariz. Una vez hecho esto tenemos que disponernos para destruirla. Reitero la importancia de la velocidad, porque es imprescindible que la tarea sea realizada cuando la rosa está en la plenitud de su esplendor, de otra manera todo se vuelve inútil. Debes ser aplicado. Murmúrale tus penas, cuéntale tus miedos; dile la verdad, que nunca está todo bien, ni lo estará. Se mezquino con el agua, dile que es efímera y débil. Dile que se está muriendo desde que floreció. Argumenta, si se extenúan tus fuerzas, que lo maravilloso es hoy pero recién lo comprenderá mañana. Vuélvela tu igual.
Esto, de seguro, la marchitará. Tu objetivo se cumplirá y tendrás en tus manos un cuerpo muerto pero en tu mente una idea viva. Guárdala en tu memoria porque allí será, por y para ti, esa rosa que te enamoró una tarde de octubre, de casualidad, cuando regresabas a casa.