Es difícil no decir que aquel que nos otorgó la existencia tiene mucho derecho a reclamar el puesto de Dios, en nuestras vidas. Es aquella luz que nos guía en la complicada travesía de la subsistencia. Febo, Apolo, cualquier nombre que te otorguen, estás allí para mí. Ninguna nube podrá nunca oscurecer completamente mi cielo.
La tormenta nos empuja hacia otro lugar, en las sombras, en el pánico, en el terror. Aquella oscuridad nos ciega tan completamente, que solo se puede ver con el corazón y en él tú siempre estás presente.
Estás y es suficiente. El verso que te describe duerme en el pecho de todos los poetas. Aquellos que hemos dejado de contemplar por un segundo a tu mujer, la luna. Aquella que se esconde del calor de tu amor. Cuán necesario sería hoy ese calor, no se puede decir.
Muchos iguales y mayores tienes en el vasto universo, pero sólo sobre ti hay escritos ríos de papel. Inti, Mitra, Elagabalus, Ra y tantos otros. Sol, tantos nombres te han dado, brillante disco del cielo, y aún así guardas para nosotros el misterio de no poder contemplarte directamente y tener que conformarnos con caminar junto a nuestra sombra.
Oda al Sol de nuestra mañana