El silencio te ha condenado muchachita. Tu dolor, ahora, es el peso de las virtudes de aquel a quien amas. Yo miro en silencio tu ventana y reflexiono sobre tu situación, te compadezco, aunque no siento tristeza. Has descubierto lo que miles de millones antes, esa construcción social que esconde la supervivencia de la especia, es lo mejor que hemos creado.
Ahora sabes, a ciencia cierta, que la felicidad y el conocimiento no son amigos, no se llevan bien. Observo tus vacilaciones y a ultranza recuerdo las mías, en tu lugar. Todo ese dolor, toda esa culpa, somos unos tontos. Niña que sufres, mañana otro amor se posará en tu puerta, mirará tu ventana, mimará tu alma. Niña que vives en la soledad, reflexiona en los próximos días que el tiempo es una rueda, que en realidad el mañana y el ayer no tienen más sentido que para contar historias o para no repetir errores.
Mírame joven muchacha, y mírame bien. Esta sombra que hoy es mí persona ha pasado millares de dificultades, ha sufrido, a meditado, ha buscado y encontrado respuestas. Es posible que no me comprendas, ahora, pero en el discurrir del reloj, al acercarte a mi espejo, compartirás mi vida, como yo la tuya.
Inocente ser que plañes versos en los rincones del desamor, que nunca pudo decir la palabra prohibida y se lamente. Abandona ya mismo este lugar, esta habitación que es cárcel de viejos necios y sólo regresa cuando tus piernas nada puedan hacer, todavía son fuertes. Ventajosa tu suerte, la caía ha ocurrido cuando todavía puedes levantarte.