Es cierto,
hay momentos,
lugares,
recuerdos,
situaciones
que me gustan
más que otras.
En mi literatura
he intentado muchas veces
reflejar esas sensaciones.
Entre ellas,
se pueden contar
a dos personas caminando,
reflexionando sobre lo poético
de lo cotidiano.
El momento culmine
de una rosa,
un instante antes
de comenzar a marchitarse.
La última gota
en la clepsidra,
que determina algo más
que el final.
Un par de ojos ingenuos,
sin nombre,
que aunque no comprenden mis palabras,
se esfuerzan por hacerlo.
La pureza en la felicidad
de los infantes,
que es inmaculada.
La satisfacción
luego de ordenar mi biblioteca,
que enmarca mi universo
y aquello que soy.
Los versos de algunos poemas
de los escritores que me gustan
o la frase de algún filósofo sagaz.
La foto grabada en la retina
de la belleza coronada
con oro natural.
Hay que guardar esas imágenes
en lo más profundo de la memoria,
pues a fin de cuentas
es el único tesoro que nos llevaremos.
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