Se filtra más allá
de las barreras
que nuestra mente
puede interponer.
No es controlable
y sube despacio
por cada recoveco posible.
Puede ser cualquier cosa,
pero solo una
o a lo sumo dos
son capaces de generar
en nosotros
un vacío en el estómago,
provocado por algún recuerdo
lejano en el tiempo.
No nos avisa
ni advierte
y de idéntica manera
va a escapar.
Posiblemente le demos nombres:
a jazmín,
a chicle,
a rosas,
pero nuestra memoria
no lo va a reconstruir
ni a recordar.
Pero cuando menos lo esperemos,
quizá la tarde de un martes en primavera,
abriremos una ventana
y alguna flor inocente
nos hundirá de nuevo
en la espiral de la nostalgia.