Se erige como ironía
que envuelve nuestra historia
y nos corroe como el tiempo.
Es esa meta que surge
de nuestros anhelos más profundos,
utopía de la ventana Este,
donde sale el Sol.
Pero nuestras piernas
se fortalecen
y el infinito comienza
a padecer de finitud.
Lo que era imposible de superar,
se alcanza, se posee
y su valor se pierde.
Nuestras esperanzas
nos piden lo que no tenemos,
obtenido se vuelven obsoleto.
Tal vez sea cierto
que amamos nuestros deseos,
más que otras cosas.
Aunque olvidamos que lo querido
no siempre tiene su paralelismo
con lo necesitado.
El día se termina por occidente,
las demás estrellas
comienzan su jornada
de protagonismo.
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