Diluye su contenido
la clepsidra
cuando mis ojos
contemplan los tuyos.
Se espesa en la partida,
como el aceite o peor,
casi al punto del ahogo.
Como quien
debajo de las olas
quiere gritar,
pero se sofoca en agua
que no sacia su sed.
Se congelan
los confines de su mundo
y lo gélido se extiende
hacía el corazón de su mundo.
La superficie,
de por sí blanda muchas veces,
en la que se apoyan sus pies
desaparece inevitable.
Se vuelve incorruptible
el sueño
en la sistemática tortura
de “tal vez si…”.
Entonces de nuevo
transcurre el líquido
por un cuello más amplio
y con brío el tiempo

me abandona.
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