“Estamos perdidos”, susurró
o pensó en voz alta Christó
al ver el desierto.
Puede que fuera cierto,
los campos sembrados
y prontos a cosechar
habían sido arrasados.
De las sombras surgieron fantasmas
en forma de bandidos
que nos arrebataron los esfuerzos.
“Estamos perdidos”,
repitió más convencido
del inexorable destino que nos tocaba.
Cayó de rodillas,
casi sin aliento
y con el rostro enrojecido
por la frustración.
Las murallas solo
habían postergado
el inevitable final.
Cerca de donde estaba
descubrió un poco
de vegetación verde,
el futuro.