La que es deseada

Eran ciertos los rumores,
su encuentro era un camino
venturoso para cualquiera,
agua para el sediento.

Yo temía toparme con otro Midas,
porque su oro siempre parece real
y sin embargo con el tiempo
se gasta y pierde valor.

Las aguas erosionan las costas
de idéntica forma a la que mi interés
se va perdiendo con el día.

Pero en las sombras de sus pómulos
se guardan más tesoros
de los que puedo gastar en esta vida.

Desde mi oscura celda anónima
ofrendo a su nombre unas líneas
en el papel arrugado.

Sospecho que si un día
extravía una sonrisa
y por casualidad azarosa
cae en mis latitudes
conoceré el sabor de la inmortalidad.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *