La clepsidra
no es solo una metáfora
del tiempo que discurre
inevitable e implacable.
El reflejo del espejo
no me pertenece
y en ese rostro
no reconozco
lo que me gusta de mí.
Mi barco navegaba
por la noche cerrada sin estrellas,
en un mar que se fundía con el cielo.
Como en todas las catástrofes,
nos dimos cuenta tarde
que la nave se hundía sin prisa,
devorada por el agua.
Estábamos cansados,
las piernas solo servían de anclas
y las sombras eran espesas.
Con la tranquilidad
del que se sabe perdido,
vislumbramos en el horizonte
tu faro.
Una luz tenue en la distancia,
un último desconsuelo
ante la salvación utópica.
Pero allí estabas,
cortando la oscuridad
como un cuchillo
que se deja caer en manteca.
Por reflejo,
todos extendimos la mano
hacía ese paraíso
que no íbamos a tener.