Las gotas surcan la piel
como pequeños arroyos
que desgastan el suelo
y sin embargo desaparecen en la sequía.
No importan los viejos fracasos,
o los nuevos,
porque el plañir del cielo
bautiza y renueva.
Los pies se vuelven pesados,
o quizás es la ropa,
pero no importa
si es necesario arrastrarse.
Las baldosas flojas esperan
como trampas para osos o minas,
aunque en el contexto no importan.
Lejos,
en la esquina pasada,
algún problema se queda olvidado.
Ojalá su desdicha sea eterna.