Ella todavía sonriendo
se acercó y suspiró
que mis fracasos
no eran derrotas.
Pero que nuestra clepsidra
ya se había agotado
y tenía que dejarla partir.
Una vez más contemplé por la ventana
como la luz del sol se escabullía
entra las hojas de los árboles.
Un gato saltaba
de rama en rama,
siguiendo algo que yo
no podía ver.
El dramatismo se terminó
con la puerta cerrándose
suavemente a mi espalda.
Por un momento me distraje
y perdí de vista al gato,
que ya no pude volver a encontrar.