Sus dedos pasean casi perdidos
sobre el borde de la copa,
todavía tibio por el calor de su boca.
Habla de algo que no se puede repetir,
algo de lo que se lamenta,
pero no es algo que yo entienda.
Estoy perdido
en dos o tres colores
que me distraen
a confines insospechados.
Uno descansa en sus ojos,
como la tierra húmeda,
fértil
y cultivable.
El otro en el escarlata de sus labios,
que despiertan sentimientos
que no sabía que todavía tenía.
El tercero
es el negro de su sombra,
que se vuelve más intenso
cada vez que se va.
Tal vez descubra en mi indiferencia
algo que no me atrevo a decir,
pero que tampoco se quedará a escuchar.