Su muñeca se movía
lenta pero firme
mientras dibujaba
una lágrima en el lienzo.
Yo improvisé
que esa gota también era
el río y el tiempo,
entre risas.
Ella me miró,
siempre con una sonrisa
y se me acercó despacio
como la niebla.
Cuando ya podía sentir
el calor de sus labios en mi mejilla
susurró casi entre suspiros
que todos los corazones tienen que romperse.
Todavía intento demostrar
que se equivoca,
pese a los años
y a mis derrotas.