En mi lecho final
debo confesar
para que este desenlace
tenga algún tipo de sentido.
Yo la encontré perdida
en una isla casi desierta
de la que era reina absoluta.
El problema de esas fantasías
es la fragilidad de las relaciones
con los que están fuera de ellas.
El exterior
va a ser siempre
un enemigo a destruir
o a temer,
o las dos.
Y su mundo
estaba regido
por ese espejo
del que lentamente la rescaté.
De algún modo
fui más un terapeuta
que un amigo,
el hilo en el laberinto.
Pero para liberarse,
cosa que logró,
necesitaba una última víctima.
No considero esta muerte
una derrota,
aunque mi último sabor
es un poco amargo.