El tenue curso de agua color rubí
no detuvo al general con sus legiones
la marcha al objetivo de todos los caminos.

La duda y los temores,
tal vez infundados,
no detendrían ese
primer beso de conquista.

Es inútil tratar de definir
la duración de la batalla,
porque el tiempo es absurdo
de relativo.

Se puede sintetizar
en descubrir una mejilla,
oculta por el largo cabello,
y sellar las bocas al unísono.

Como aquel otro hombre,
él creó un Imperio,
quizá de manera involuntaria
o sin saber qué seguiría.

Como la historia de todo lo humano,
el final llegó inexorable
y hasta necesario.

Schopenhauer nos susurra
que nuestra voluntad
decide su propio camino,

pero el derrumbe de los altos castillos
o el sabor del metal de Bruto,
no ofrecen ese consuelo.

Llegarán otros emperadores,
no caben dudas,
pero solo habrá un César.

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