Las hojas del árbol me protegían del sol y sus piernas me servían de almohada. Irene me miraba dubitativa, porque tenía algo para decir, pero no se animaba. El césped danzaba lentamente al son del viento tranquilo, que también perturbaba levemente nuestros cabellos. Toqué la tierra por un instante, esperando escuchar la música que a…