Una caricia
y un beso en el cuello
son el preludio de un pedido
que paralizó mi ser.
Marina miró mis ojos
con esa expresión de contemplación
típica de quien no entiende lo que ve
y me pidió que escriba
una canción para ella.
El suelo fue
el objetivo directo
de mi reflexionar,
no sabía cómo explicarle
mi realidad.
No podía decirle
que su presencia
en mi vida
me prohibía expresarme.
Que había superado
el velo romántico
de las sonrisas amistosas.
Que mi mundo fantasioso
se derrumbaba
ante la felicidad
de tenerla cerca.
No iba a entender
que la inspiración
depende de la memoria
y la tristeza,
porque la felicidad
es un fin sin adornos.
Que tanto Olivia
como Irene
no eran contemporáneas de ella
y por ende, no podían reaparecer ahora.
La luz del día baja despacio,
la clepsidra se agota,
quedarán para mañana
las respuestas ingratas.