Las gotas escarlatas
están en todos
los suelos del mundo.
Están para ser lloradas,
admiradas,
alabadas,
odiadas,
según sea la historia de cada una.
Pero están y se ven,
se huelen,
se sienten,
se intuyen.
Pero no se honran las pérdidas
si se en vez de un cristal
se utiliza un prisma para relatarlas.
Se enrarece la historia,
se diluyen la identidad
y desaparecen los soportes morales,
esos que nos permiten poder juzgarnos.
Una gota derramada mal contada,
es una madre sin hijo,
una esposa sin marido,
un hijo sin padre
del futuro.
Es cerrar los ojos
y dar rienda a celebrar
el reiterativo réquiem.
Difuminar el pasado
no es solo esconder lo que fuimos,
sino perdernos de tener una base sólida
para construir el porvenir.