Anidamos sin saberlo
un conjunto de temores
que nos consumen
como el fuego a la leña.
Contra todo pronóstico,
se arraigan en nuestros corazones
y construyen fortalezas inexpugnables.
Aquello que pensamos nos destruirá,
vive con nosotros
y teme por nuestra suerte,
aunque suene a ironía.
Su origen no importa,
porque todos actúan
de manera similar.
Comienzan por confundirse
con la prudencia del sabio
que sabe que está bien o mal.
Tarde o temprano
será como un freno,
todavía racional,
que privilegiará nuestra integridad.
Cerca del final de su construcción,
primará la seguridad a la libertad
y seremos meros prisioneros
en lo que antes era propio.
Puede que lo merezcamos,
pero queda en el aire
la antigua idea
de que el esclavo
siempre mata al amo.