Lo que habrá sentido Siddhartha
al abandonar su palacio de placeres
y conocer por primera vez
el dolor,
la vejez
y la muerte.
Descubrir que su vida
era un simulacro
y que el mundo no era
un cuadro con rubíes
o banquetes hasta el hastío.
De idéntica manera
en algún momento
todos salimos del castillo
que nos guarda de las
tiránicas sensaciones negativas
que imperan en el universo.
Algo se rompe,
tal vez sea el delgado cristal
que nos cubría de lo feo,
de lo repulsivo.
Retroceder al estado inicial
es imposible,
como pasa con todo
lo que produce un quiebre.
Avanzar se torna inevitable,
para que al menos
cambie el entorno.
Entonces
entre todo lo malo
aparecen un gesto,
una caricia
y alguna rosa perdida.
Desde allí
el camino se vuelve
más transitable,
más ameno.