Hay bellezas que nos eclipsan de tal modo que nos roban hasta el aire. Lo abarcan todo de manera rápida, absorben las miradas y nos condenan a amar desaforadamente. Pero, al igual que las rosas, su vida es efímera.
Hay después otro tipo de belleza, más profunda y concreta, que nos ata a un universo de confabulaciones amorosas. La esperanza es una trampa mortal y parece imposible escapar. Pero, tiene algo de crema, con esfuerzo uno se puede liberar.
Por último, está la belleza de un momento. Por un instante alguien se transmuta en una quimera que nos ciega y se va. O aparece de la nada, en un lugar común, el martes por la tarde, y no la vemos más. O nos da la respuesta a esa pregunta que nos carcome el alma, que nada tiene que ver con el amor, antes de despedirse para siempre. Es cierto, tarde o temprano, las perdemos todas.
¡Ay! Pero algunas son más difíciles de olvidar que otras…