Tus besos han sido, para mí, el prólogo y el epílogo de nuestro amor, enamoramiento o cualquiera de los nombres que la gente le pone a los sentimientos, una vez que los ha perdido y los recuerda dulcemente tras el paso implacable del tiempo, bajo el cobijo de una nueva vida.
Prólogo porque una noche gélida, en la cual no estábamos muy abrigados, el frío nos obligó a buscar refugio, pero como todo estaba cerrado, lo único que encontramos fue un porche abierto e iluminado.
La situación nos exhortó a abrazarnos, vos decidiste darme la espalda y mirar a la calle mientras hablabas. Yo, en cambio, suspiraba y los nervios comprimían mi estomago. Después de un rato,  mis escarchados labios encontraron tu hombro descubierto y tímidamente lo besaron. Sin mayor resistencia y muy lentamente fueron avanzando por tu anatomía, primero hasta el cuello, después hasta encontrar tus labios. El clima, a esa altura del relato, era más impetuoso que nunca, pero ya no importaba. Así comenzó.
Epílogo porque antes de bajar del auto, aquella mañana de primavera, me besaste en los labios y me miraste a los ojos, repetiste que me querías y dijiste “hasta pronto”. Promesa que nunca más cumpliste. Los finales suelen ser crueles y en muchas oportunidades indiferentes a la historia. Así terminó.

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