Relato inconcluso

Las rosas palidecían ante su presencia, emisaria del verano, pues la primavera no la alcanzaba. Estrella caía del cielo, desconozco su pecado pero presupongo que fue un error de Aquel que no se equivoca, su primera falla.

El corazón me dio un vuelco la vez que la vi entrar por la puerta vestida de azul. La seguridad de su mirada hipnotizaba y conmovía incluso al más cruel. La cabeza erguida y la sensación de control que ejercía daban la impresión que se estaba ante una deidad.

Recuerdo que nuestra primera charla versó sobre lo difícil que era encontrar compañeros de trabajo honestos y eficientes. Aconteció en un café a unos metros de la universidad. Ella se sentó sin pedir permiso en mi mesa, yo la miré extrañado y sorprendido. Me preguntó por mi primer libro, cosa que me sorprendió aún más.

Según dijo había leído dos novelas cortas mías y uno de mis libros de cuento. En ese momento no tenía muchas cosas publicadas y muy pocas ventas. Hablamos largo y tendido de la utilización de las fábulas como recurso para generar la sensación de un mensaje reiterativo en un cuento o en un poema.

Nos seguimos viendo, muy de vez en cuando, para hablar de literatura. Le conté mi último proyecto: una novela futurista con un universo cuyo fin estaba determinado, como así también el de cada una de sus criaturas. Nacer sabiendo el día de nuestra muerte, era espeluznante. Nunca la termine, sin embargo ella parecía completamente hechizada por la idea. A tal punto que no pasaba día que me viera sin que me preguntase cómo llevaba el relato.

Luego la cosa se puso extraña. Durante años he tenido la invalorable habilidad de mantenerme soltero. Esto me permitía muchísima libertad, cuestión existencial para alguien cuyo trabajo depende casi exclusivamente de la soledad. Pero esta mujer, un año menor que yo, se obsesiono tanto que me llamaba todos los días. Al principio, era algo interesante y sumamente atractivo, pero con el paso del tiempo y considerando que siempre tratábamos los mismos temas y a la misma distancia se volvió de lo más tedioso.

Todo se complico cuando le dije que debía viajar a España. No era cierto, mi viaje me llevaba a Méjico para dar unas clases y luego a Honduras un par de semanas, pero de alguna manera pensé que si mentía podía librarme de ella por un tiempo. Sin embargo, me equivoque. Pidió acompañarme, me negué varias veces pero por último accedí a llevarla. Improvise una explicación del cambio de rumbo y la tolere cerca de un mes.

Cuando pasó un año de nuestro primer encuentro, decidí darle el borrador de mi historia. No la vi por dos semanas. Al reaparecer estaba totalmente cambiada, ya hacia bastante que estaba distinta pero ahora parecía una década más grande, ojerosa, desaliñada, torpe, asustada. Me devolvió mi original, dijo algo así como que le gustaba y se fue apresurada.

No la volví a ver, pero según supe todavía busca el día de su final. La ironía está en que su vida acabó al conocerme, o tal vez cuando se enamoró de mi obra inconclusa. Siento pena por ella, en su honor quemé tan pernicioso libro.