Los parpados la apresaban, necesitaba escapar. Las pestañas no resultaron un gran obstáculo.
Mientras tanto, el hombre ignoraba la fuga, sólo se dedicaba a la redacción de una carta sin destino. Ese habito absurdo que, a veces, tenemos aquellos que nos consustanciamos con el mundo de las letras a tal punto que para conocer nuestros pensamientos debemos escribirlos. En ese momento, su cabeza era el campo de batalla de ideas encontradas respecto de temas de importancia relativa: el amor, las relaciones y las demás cosas sin sentido que arrastran el alma humana hacia el abismo mismo de la desesperanza.
Es ese lugar, el abismo de la desesperanza, el lugar más indicado para comenzar algo nuevo. El principal motivo es que aquel sin esperanzas no tiene ya nada que perder. A su vez, quien nada tiene que perder podrá sacrificar lo único que le queda, su propia vida. Si esto se combina con el deseo de hacerlo, cosas impresionantes pueden lograrse.
Continuó su camino descendente, su rumbo no estaba determinado, pero sabía con claridad que la gravedad era su aliada.
En la mente del hombre, que ya estaba entrado en años, existía una preocupación que con el paso del tiempo había ido ganando lugar: estaba solo. Tal vez no era algo que lo preocupara en exceso, pero tenía plena conciencia que todo aquello que en el pasado había logrado no tendría mayor destino que la beneficencia. Sonaba a lo lejos una melodía, tal vez un pájaro contaba, y él pensaba en esa mujer que no lo quiso.
Los dientes estaban cerca, demasiado, pero la boca no sería el final del recorrido.
Las hojas se fueron llenando de a una, demasiado rápido, la practica era demasiada. Alcanzó un par de certezas: ya no podía recuperar lo perdido, pero por eso era suyo todo lo que no tenía; desperdició buena parte de su vida esperando respuestas, ignorando hasta entonces que las respuestas hay que buscarlas; comprendió que, por mucho que pensara o luchara, el tiempo lo había abandonado.
La comisura del labio, por el lado izquierdo, casi la destruye. Pero superado, comenzó la lenta travesía a través de la espesa barba.
El reloj mostraba una hora irreal y el hombre pensaba. Es posible que durmiera y soñara con los ojos abiertos. Estaba exhorto en un mundo paralelo, un peligroso escollo en aquellos con imaginación. Hasta qué punto es bueno llegar a ese sitio, es algo desconocido, puesto que la realidad es demasiado cruda.
Por fin libre, la caída libre al suelo fue liberadora. Ese fue el fin de la lágrima.
Por fin despierto, el hombre entendió, sonrió y deseó que terminara pero no tiene sentido adelantarse.