Desencuentro

Toda la magia de la libertad estaba pasmada en tus ojos grises, de tormenta, de delirio, de sueños. Sufriste la pérdida del amor, el desgarro mismo que te hundió en lo más tenebroso y profundo de tu propia agonía. Pero aquí estás.
Se acabaron las esperas, las vísperas, el mirar el teléfono o el celular y seguir esperando. Se acabaron los “no sos vos, soy yo”, las falsas justificaciones. Adiós a los celos, esas compañías desagradables que nos marcan lo que somos y sentimos. Se termino. Pero aquí estás.
Pretérito de cuántas eres, no puedo saberlo. Sé o creo saber que no serás la última. Nadie debe aferrarse nunca tanto a nada, aunque quisiera. Hoy soy el pasado de muchos jóvenes y no tanto, que cubrirán tú historia. Desconozco hasta que punto importa. Aquí estás.
No somos espejos, poco en común tenemos. Sólo una rosa en una esquina perdida que Borges no fue capaz de soñar o no tuvo intención de hacerlo. Compartimos la imagen de algún limosnero en verano, de las hojas en la calle otoñal y las canciones contemporáneas de ambos.
Mantenemos un pasado común, que no nos une. Un Hombre que murió una tarde en la cruz. Un general que murió después de la gloria a manos de, quien muchos dicen, su hijo. Un hombre que a la edad de Dios había dominado todo el mundo y un poco más. Los cantos de Homero. La filosofía de Platón, Aristóteles, de Schopenhauer y Nietzsche. La sangre de las Cruzadas, alguna que otra guerra y la flor de una zarina que nunca entregaré.
Aún con todo eso, todo ese pasado y más, no compartimos nada. No lo hacemos, porque te has perdido en un laberinto de espejos, ecos de tu pasado. No lo hacemos porque estoy perdido en un laberinto, dentro del laberinto que sueño. Pero estás, pero estoy. Tal vez nos encontremos, sin minotauros, sin Teseos, sin la carga de nuestros muertos y el insoportable peso de nuestros futuros.