Hay mucho de irónico en los recuerdos, en especial en aquellos que uno ya no recuerda hasta que reaparecen personificados. Entonces algo se rompe, siempre algo termina rompiéndose. Esa extraña comunión que parecía existir entre aquel recuerdo vicioso y hasta tenebroso con el corazón, esa relación de ignorancia mutua, sin desprecio pero sin afecto, desaparece.
Carpe diem es una expresión muy propia para mejorar una situación anímica, animar a alguien, pero… lo que queda es tremendo. Uno puede llegar a cometer excesos, herir, por el solo hecho de intentar vivir el momento y después llega el instante de pagar las deudas. Los intereses pueden aplastar, quizá más.
La reflexión me empuja a un planteo metafísico sobre la existencia de ese ente trascendental y despótico que es la memoria. Tirano rey, cruel juez distorsionador del pasado. Cuyo peso solo se acrecienta con los años y llega incluso a aplastar al más grande. Al más…, alma del centro aquella que no tiene recuerdos, porque su existencia es neutra, ni buena, ni mala.
El remordimiento, tal vez la culpa, me arrastra por un largo río, como el del tiempo, casi infinito. Desconocido me es, creo que para ustedes también, el mar de destino. El origen es sencillo, la misma vida, el nacer. Y solo un saludo, un hola, de su boca provoca esta aflicción. Se derrumbaran los muros, en el final, para ser libre. Mas no es otra libertad, que el cambio de jaula, como temía Kafka. Bienaventurados aquellos que pueden sacrificar todo por la felicidad y no miran atrás, en el camino, pues de ellos será la dicha eterna. Los demás nos conformaremos con solo mirar y tratar de no retroceder.
El saludo pasajero