Nuevamente me enfrento a la maciza puerta de roble. Es enorme, hermosa y muy decorada. Posee dos hojas y sus herrajes son de oro. La primera vez que la atravesé, me vi envuelto en miles de problemas y termine aun peor de como había entrado, si eso era posible. Ahora, que creía haber visto la luz, lo que algunos llaman felicidad, me encuentro otra vez frente a mi verdugo de madera. La miro distante, está cerrada, pero no se por cuanto. Puedo evitarla, sí, pero no sería yo, sería una copia cobarde de mi, un clon débil.
Los dos caminos que están detrás son terribles, para mí por lo menos, me llevan a la destrucción, no física, pero eso no es bueno. La destrucción física es más fácil de tolerar, de soportar, de aguantar. Los otros tipos, son intolerables, insoportables, inaguantables. El cómo vuelvo al mismo dilema, aunque creo que es la primera vez que me lo planteo, es bastante sencillo de explicar. Al igual que el resto de los hombres, soy tonto. Sí, tonto, como vos, como él, como aquel, como todos. Me deje llevar por lo que sentía, me abandonaron a mi suerte, lo afronte, lo supere y ahora, después de un tiempo, vuelvo sin querer o quizá queriendo, a estar frente a esta puerta, esa maldita puerta.
La Puerta