Muchos alguna vez
me han preguntado
sobre el origen
de ciertas cosas.
En el discurrir del tiempo
y de las palabras
uno aprende a sobrellevar
la carga del ser.
Pero siempre hay algún curioso,
o alguien atento,
que vislumbra otra realidad
tras los espejos y las sombras.
Entonces,
suspicaces,
preguntan
sobre el origen
de ciertas cosas.
Antes los observaba
con cierta alegría,
ahora los miro
con total desconfianza
y un poco de pena.
La felicidad,
superficial en toda esencia,
aboba,
distrae,
es su propio fin.
Pero la tristeza,
ah la tristeza,
esa vieja compañera,
profunda y hasta hermosa,
nos obliga irremediablemente
a abrir la mente
e intentar
de manera desesperada
abandonarla.
Nos arrastra,
nos empuja al raciocinio,
a la máxima reflexión posible,
nos despierta.
Y una vez que los ojos se abren,
uno comienza a preguntarse
sobre el origen
de ciertas cosas.
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