Es muy probable que Freud
haya mencionado
las tres grandes humillaciones
de la megalomanía humana
siguiendo a Schopenhauer.
La primera es la cosmológica,
nuestro mundo no es más
que un punto azul
en el espacio infinito.
En las periferias de una galaxia
de por sí periférica.
En una escala menor,
la frustración de sólo ser
un admirador entre las sombras
que existen en todos los lugares
donde tú no estás.
La segunda es la biológica.
El hombre comprende
que no es más que un animal que razona
para compensar su falta de instintos.
O razona sus instintos
e intenta pensar que se enamora,
o se enamora para intentar pensar.
La tercera, y más triste,
es la psicológica.
El yo consciente
no es señor en su propia casa.
En el mejor de los casos
puede ser un árbitro,
que decide si sigue los impulsos
de abrazarte
o correr detrás de ti
o la razón de mantener el orgullo.
Al fin de cuentas,
nosotros que creamos a Dios
y lo matamos,
ya no tenemos nada de qué admirarnos.
Aunque siempre cabe la posibilidad
de encontrar de nuevo el paraíso,
al menos por un instante,
en los ojos de algún desconocido.