La mujer con los ojos iguales
al cielo sin nubes
acercó su boca a la mía
y dijo casi en un susurro
que mi amor es
como la crecida de un río.
Primero destruyó las barreras,
luego lo inundó todo,
movió de lugar las cosas,
rediseñó el paisaje
y trazó nuevos caminos.
Alejó levemente
sus labios de los míos
y agregó que mi amor
se va como llegó.
Y aunque los vestigios
quizá no desaparezcan nunca,
ella sabía que ya no estaba.
Le sonreí con fuego y pensé,
aunque no lo dije,
qué hermosa despedida
digna de un poema.