Ella estaba llena 
de cosas imposibles, 
que la hacían atractiva 
al extremo de perderme.
Siempre tuvo eso de ser deseada, 
como todo aquello que queremos 
y no podemos tener.
No daba abrazos a nadie, 
porque decía que no eran 
para cualquiera 
y no quería que perdieran su valor.
Cada tanto la lluvia 
le arrancaba alguna nostalgia 
o una de esas tristezas 
que intentaba enterrar en el patio de atrás.
Yo pasé 
como una canción de primavera, 
sin dejar marcas en su historia.
Pero a mí me talló 
como el rio a la roca 
que descansa en una orilla, 
tomando sol.