No tenía nada guardado,
ni una sola carta bajo la manga,
ninguna frase elocuente
y sutilmente entrenada.
El asalto me tomó desprevenido,
pero con suficiente tiempo
para replegarme detrás de la muralla
y mirar desde una torre.
El enemigo se alzaba imponente,
pero no me buscaba a mí
o a mis tropas,
solo pasaba.
El otoño nos regaba
con una brisa suave
y un sol sumiso,
pero presente.
Y el general que duerme en mí
tenía ganas de abandonar la seguridad
y arrojarse a una cruel batalla.
Quién sabe cuál destino
me esperaba ese día.
Miles se salvaron
y la historia ya no lo recuerda.