La miraba detrás de la puerta
mientras desarrollaba un arte
que yo no entiendo,
espiando, sin atreverme a entrar.
Sentarme y fantasear
que alguna de mis palabras
la había inspirado
era algo que me daba
inmenso placer.
Pero su talento
siempre me resultó
casi tan hermético
como sus sentimientos hacia mí.
Sus enigmas
me ponían ante la puerta
de un laberinto
del que sabía no
iba a salir.
Una puerta
que más de una vez
acaricié como a la mejilla
de la mujer amada.
Y sin embargo nunca entré,
siempre huí como el ladrón nocturno,
como quien despierta de un sueño
que no recuerda.