Los límites del camino
se desdibujan mientras
el paso aumenta
y la luna gana el cielo desnudo.
Ese lejano susurro
retumba como un eco eterno
que nace en mi interior,
o tal vez en su boca.
Un segundo.
El ritmo de los suspiros disminuye
y mis ojos se acostumbran
a ciertas sombras empañadas.
Descubro los puntos dispersos
en el lienzo negro del firmamento,
sin querer los uno.
No me sorprende el resultado,
pero el resto del recorrido
se hará más difícil
y lento.