Ella se acercó
casi como para besarme
y me susurró que aquellas
antiguas derrotas
hoy le parecían grandes victorias.
Contempló un instante más
el vacío tras la ventana
antes de ponerse detrás mío
y tomar mis hombros con sus manos.
Yo seguía sentado,
reflexionando sobre esas horas
hace años pasadas.
En su desazón
por mi aparente falta de interés
lanzó que le sorprendía
que derramara lágrimas de papel
que no iba a llorar.
Y se burló,
en aquella ira que la caracterizaba,
de mis risas por temas
que no me parecían graciosos.
Sin más para decir,
dio la vuelta
y abandonó la habitación.
El vacío tras la ventana
cautivó mi atención
y provocó un largo suspiro.
Mi conciencia
seguía teniendo
voz de mujer
después de todo.